Pensaba que mi vida no estaba bien. Sentía que algo siempre me faltaba.
Entonces hablé con Dios.
- Me quejé de lo que me salió mal en el trabajo, pero no agradecí por las manos que tengo para trabajar.
- Me quejé de tener que soportar el ruido de mis hermanos, mas no agradecí por tener una familia.
- Me quejé cuando no había lo que más me gustaba para comer, pero olvidé agradecer por tener qué comer.
- Me quejé por mi salario, cuando miles ni siquiera tienen uno.
- Me quejé porque no apagaban la luz de mi cuarto al salir, pero no pensé en que muchos no tienen hogar donde tener alguna luz encendida.
- Me quejé por no poder dormir un poquito más, olvidando a quienes darían todo por tener su cuerpo sano para poder levantarse.
- Me quejé porque mi madre me reprendía, cuando millones desearían tenerla viva para poder honrarla y abrazarla.
- Me quejé porque no tenía tiempo, cuando me solicitaron dar una charla sobre Jesús, olvidando el privilegio que es poder hablar a otros de su amor.
Dios me iluminó en esa conversación y entonces comprendí mi egoísmo y lo ingrato que he sido con Él. Fue cuando entonces comencé a agradecerle por las cosas que había olvidado, y aún más de aquéllas por las que tanto me quejaba.
Recuerda este proverbio:
‘Pobre del que, al final del día, no sabe a quién agradecer’.
¡Que Dios bendiga tu día!
jueves, 11 de marzo de 2010
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